Contaban nuestros mayores que cuando jóvenes pasaron miedo, y hambre. Casi
no había de nada. “Casi”, porque el hambre y el miedo llevaban a la solidaridad,
las personas estaban unidas por fuertes lazos, compartían alegrías y tristezas, y se
comprendían, porque sus vidas corrían paralelas y entreveían un mismo futuro. Las
casas eran de puertas abiertas al igual que sus vidas. La intimidad y la individualidad
no eran tales, no porque estuvieran expuestas, sino porque las posibilidades al ser
las mismas ó las únicas, hacían que los pensamientos, sentimientos y anhelos fuesen
únicos, y, por tanto, conocer lo que uno mismo pensaba, sentía y anhelaba era
conocer al también al otro,…por eso los silencios eran naturales, las miradas decían,
las sonrisas no eran equívocas, y aunque la penuria era profunda la alegría florecía
con el abono de coraje y ganas de vivir.
Trabajaban de “noche a noche”, porque después de recorrer oscuras leguas para
llegar a la tierra que prometía jornal y sustento, una vez iniciada la tarea que el
manijero asignó, entonces el sol aparecía recortando siluetas imposibles,…cuando
el sol ya estaba oculto, sombras en pie caminaban oscuras leguas para regresar a
la casa que prometía cobijo. El cansancio ensombrecía los rostros, el futuro era otro
amanecer oscuro, un trago era un placebo para vislumbrar posibilidades, que se
desvanecían al último sorbo…pero los calendarios señalaban fechas deseadas.
La Navidad removía ilusiones, era un tiempo de encuentro, las reuniones surgían,
sincera alegría manifestada en rostros rejuvenecidos, la espontaneidad llamaba a las
puertas, humildes comidas se servían,…villancicos cantados a coro unían, no había
diversas parcelas que abonar, todo era uno,…soledades se acompañaban.
La vida era dura, pero sencilla…quizá de ahí la alegría, porque lo vivido era real, se
sentía.