…hasta mañana,…se despedía.
Me pidió que le ayudara a redactar sus últimas voluntades. Se sabía mal y que cualquier mañana no habría mañana para él. No fui capaz de decir No,…me decidí al pensar que podría ser una buena excusa para compartir un tiempo, y que él apreciaría ese espacio común.
Cayó y se levantó, recayó, se resistió…tenía muchas cosas por hacer, decía.
Yo, poco antes de una Navidad, de golpe caí. No me faltó su llamada de aliento, ¡no te vengas abajo!, me decía…No volvimos a vernos.
Poco después de esa Navidad, una noche faltó su llamada.
Otra noche más sin su llamada.
Llamé,…sin respuesta. No me hizo falta,…yo sabía. Conocía sus últimas voluntades,…quería irse solo, sin flores, sin epitafio…no quería molestar, decía. Aún conservo los varios borradores que redactamos, y me alegra no haber dicho No, porque aunque desconozco dónde fue a reposar, conozco el nombre del lugar que él quería.
Y allí me gusta hacerle, disfrutando viendo a sus abueletes sentados en los bancos, los niños y niñas dando saltos en los charcos, los “Rodrigos de Triana” siempre señalando, como le gustaba decir de los niños en sus carros, las pequeñas grandes cosas que tanto le alentaron…y también, porqué no decirlo, gritando con genio para reclamar lo que le negaron.
Fue antes de una Navidad el reencuentro y fue después de una Navidad la desped…no, no la hubo, por eso todavía suena el timbre de su llamada…”Buenas noches,…que estrenéis cada día…, y no te vengas abajo…hasta mañana,…se despedía”.
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