El sexto sentido navideño
“Lo esencial es invisible a los ojos”, nos dice el Principito.
La Navidad podría estar presidida por este rótulo que, a modo de bajorrelieve, casi ocultándose, como metáfora de sí mismo, podría estar grabado en los retazos del cielo que nos cubre, a modo de constante recuerdo, casi gritado.
Porque nuestra condición de seres que anhelan, que encuentran el valor en lo no poseído y no la bondad en lo que se tiene, que aspiran a la felicidad a raudales que prometen predicadores al uso, que no encuentran consuelo en lo ya adquirido, hace que necesitemos una realidad teñida de falsos colores, escenarios inestables de representaciones ficticias, iluminaciones efímeras, escaparates preñados de fantasías inalcanzables, villancicos metálicos,…para despertar en nosotros la ensoñación de un mundo mejor. Más aún cuando la sociedad que formamos ha tendido a valorar como positivo la respuesta y recompensa inmediata, ha prometido la Felicidad plena sin el uso de la razón y el corazón, y ha tachado de ingenuo y casi de inmoral aquello que requiere de paciencia y conciencia para obtener una recompensa, aplazada,…pero definitiva.
La Navidad, el nacimiento, que representa el primer contacto con el mundo creado, podría ser el motor de la capacidad de abstracción del ser humano, en su relación con los demás y lo que es casi definitorio e inevitable, en su relación consigo mismo, en aquellos momentos y lugares invisibles donde las emociones, la mente y lo físico buscan su acomodo y acuerdo para el acto creativo de vivir, que si bien se nos aparece dificultoso regido por la idea de la Felicidad, sí se nos hace más llevadero cuando nos proponemos ir al encuentro dela Alegría, estado éste que lleva a arropar bajo un mismo velo todo lo que nos acontece.
Quizá veríamos con el corazón lo que los ojos ocultan… quizá la recompensa definitiva.
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Me gusta. Da que pensar, hoy día hace falta pensar.